La
más que evidente falta de previsión del gobierno de la nación en muchos ámbitos, y sobre todo con respecto a las (mascarillas), ha hecho que quizás no solo se estén
contaminando el personal sanitario o fuerzas de orden público, sino que también
nos podamos estar contaminando más de lo debido la propia ciudadania. Lo cual
sería una tremenda irresponsabilidad por parte del gobierno ya que nos podria estar mintiendo cuando nos dice: “que las mascarillas solo son eficaces en aquellas persona
que ya estén contaminadas para evitar el contagio”.
Si
partimos de la base, de que nadie sabe con seguridad si está contaminado o no, (salvo
aquellas que ya le hayan hecho la prueba pertinente), que sentido tiene, que
nos digan, “que no es necesaria la mascarilla”. Pero claro, antes de reconocer “sus
errores” y exigir dimisiones. Mejor tratar de engañarnos para que nadie pueda
pensar (que ante este aspecto) nuestros gobernantes han hecho una más que
lamentable mala gestión de la que de reconocerlo tendria que dar cuentas exigiendo dimisiones.
La
conclusión que personalmente yo saco de todo esto, la podemos ver en la propia ciudadanía,
donde su sentido común hace que toda persona que ha podido conseguir una
mascarilla si tiene que salir a la calle la esté utilizando. Lo que demuestra hasta qué punto no nos fiamos de lo que nos puedan decir un gobierno el que ha
demostrado actuar sin previsión alguna a pesar de tener la experiencia de China
e Italia.
Como se suele decir: “Que
dios nos coja confesados” porque veremos como salimos de esta.
Lo que no nos contaron de las mascarillas (y una solución a la italiana)
“Defendían por entonces las
autoridades sanitarias que las mascarillas deberían reservarse para los médicos y personal
sanitario, porque las farmacias se estaban quedando sin
'stock'. Reaccionaron a la escasez lanzando un mensaje confuso para frenar la
demanda, en vez de reconocer que el problema era de oferta y activar los
mecanismos de alerta necesarios para incrementar su producción. Recordemos que
uno de los argumentos disuasorios para frenar la compra de mascarillas por
parte de la ciudadanía es que la mayoría de los modelos no protegen del virus
al que las lleva, sino que 'solo' evitan contagiar a otros. Es decir,
exactamente lo que necesitamos desesperadamente que suceda para frenar una
pandemia: que toda la población extreme las precauciones”
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TIEMPO DE LECTURA6 min
18/03/2020 05:00 - ACTUALIZADO:
18/03/2020 11:22
Los taiwaneses se quejaron en seguida de que se habían
agotado las mascarillas en cuanto el brote de Covid-19 provocó
la primera compra de pánico en Taiwán. En
enero, en cuanto se detectó que había llegado a la isla el primer caso de
coronavirus, las fábricas del equipamiento protector empezaron a trabajar las
24 horas del día para duplicar la producción. El Gobierno prohibió su
exportación y en febrero decretó un racionamiento de tres mascarillas por
adulto a la semana con la promesa de ir aumentándola a medida que aumentase la
capacidad. Antes de la pandemia, la mayoría de las máscaras que usaban los
taiwaneses eran importadas de China. A partir de marzo, las fábricas taiwanesas ya son capaces de satisfacer toda
la demanda interna.
¿Por qué no
quedan mascarillas? El miedo a la expropiación agrava la escasez en España
https://www.elconfidencial.com/mundo/europa/2020-03-18/mascarillas-coronavirus-covid-19-china-espana_2503191/
https://www.elconfidencial.com/mundo/europa/2020-03-18/mascarillas-coronavirus-covid-19-china-espana_2503191/
En el resto del mundo, la reacción de la población fue
similar a la de los asiáticos. La demanda de mascarillas aumentó de modo
vertiginoso en cuanto empezó a extenderse la crisis del coronavirus. En España,
sin embargo, igual que en otros países como Estados Unidos y Reino Unido, las
autoridades desincentivaron el uso de esta cobertura
para evitar contagios y trataron de irracional esa compra impulsiva de
protección que empezó hace semanas.
Desde el Ministerio de Sanidad,
se nos repitió en varias ocasiones que llevar mascarillas protectoras por miedo
al coronavirus no tenía “ningún sentido, ninguno”. Así de tajante se mostraba Fernando Simón, director del Centro de
Coordinación de Alertas y Emergencias Sanitarias, para disuadir a los
ciudadanos sanos de comprar mascarillas. Lo dijo el 26 de febrero, día que se
conoció el primer contagiado autóctono de Covid-19 en España, un sevillano que no había viajado
a zonas de riesgo (lo que confirmaba que el virus llevaba
circulando varios días sin ser detectado). Por entonces, en Italia había ya 11
localidades en cuarentena y en España se conocían una docena de contagiados.
Faltaban dos semanas para que España decretara el estado de alarma y el confinamiento domiciliario de toda la población
ante la imposibilidad de controlarlo.
Defendían por entonces las autoridades sanitarias que
las mascarillas deberían reservarse para los médicos y
personal sanitario, porque las farmacias se estaban quedando sin
'stock'. Reaccionaron a la escasez lanzando un mensaje confuso para frenar la
demanda, en vez de reconocer que el problema era de oferta y activar los
mecanismos de alerta necesarios para incrementar su producción. Recordemos que
uno de los argumentos disuasorios para frenar la compra de mascarillas por
parte de la ciudadanía es que la mayoría de los modelos no protegen del virus
al que las lleva, sino que 'solo' evitan contagiar a otros. Es decir,
exactamente lo que necesitamos desesperadamente que suceda para frenar una
pandemia: que toda la población extreme las precauciones.
Una cosa es disuadir a los acaparadores de comprar
compulsivamente más unidades de las necesarias y otra negar la utilidad de un producto sanitario. Ahora
sabemos que los pacientes asintomáticos también contagian el Covid-19. Así que
se hace más evidente lo contraproducente que ha resultado tratar al ciudadano
que se pone una mascarilla como si fuera un
paranoico. En vez de alentar el uso de un mecanismo de prevención y
alabar la concienciación de quien lo usa, como si fuera descabellado taparse en
medio de una pandemia altamente contagiosa, afirmar que solo deben llevarla
puesta los enfermos estigmatiza al que se la pone. Algo especialmente injusto
cuando es imposible saber a ciencia cierta quién está infectado y quién no,
dada la escasez de test que se están
realizando a los ciudadanos que presentan la
sintomatología.
Una cosa es disuadir a los acaparadores de comprar
compulsivamente más unidades de las necesarias y otra negar la utilidad de un
producto sanitario
Las mascarillas de uso general no son en absoluto un escudo infalible. No sustituyen
el lavado concienzudo de manos y la distancia de dos metros de seguridad que
recomienda la OMS. Tampoco llevarlas sirve de excusa para saltarse una
cuarentena. Sin embargo, es tan absurdo negar que refuerzan la prevención de un
posible contagio como afirmar tajantemente que no hacen “ninguna falta”, cuando
se han demostrado beneficiosas para frenar la extensión de la pandemia.
En enero, los asiáticos tampoco
tenían muy claro cómo se transmitía este nuevo coronavirus y si las personas
asintomáticas eran o no contagiosas, pero aun así salían con mascarillas de
casa. No era necesariamente para protegerse a sí mismos, sino a los demás. Es
visto como un acto de responsabilidad individual para
evitar un posible contagio que cobra todo su sentido ante la imposibilidad de
saber quién es o no positivo en Covid-19.
De Harry Potter al Covid-19
En Italia, donde hace
más días que empezaron a sufrir este problema y también el Gobierno pecó de
imprevisión, ante la urgencia de extremar la precaución, ha surgido una iniciativa para satisfacer la demanda de mascarillas en
una de las regiones más afectadas del norte. La empresa de Padua Grafica Veneta —un
gigante mundial de la impresión de libros, famoso por haber impreso todos los
libros de Harry Potter— asegura estar lista para producir en su imprenta
millones de "pantallas protectoras" para la
boca y la nariz de la población. No se pueden llamar mascarillas porque carecen
de las autorizaciones oficiales para servir como material sanitario. Sin
embargo, ante la escasez de herramientas para limitar el contagio del virus, la
empresa ha ofrecido esta alternativa. Según 'Il Corriere del Veneto', la producción
podría alcanzar los dos millones de piezas por día y los prototipos estarán
listos en un par de días para enviarlos al laboratorio.
No serán máscaras que puedan utilizarse en los
hospitales, pero sí para satisfacer la demanda de
la población que necesita salir de casa para trabajar o ir a la
compra (prácticamente, las únicas actividades permitidas durante la alerta
sanitaria). La imprenta veneciana pondrá a disposición de la fabricación de las
mascarillas su maquinaria y mano de obra, "evitando" la impresión de
libros y periódicos, que han dejado de ser prioritarios.
En España, la prioridad ahora es que el personal
sanitario, que es el que más riesgo corre, esté bien protegido. Pero la indignante escasez de equipos de protección individual para
los que están en la primera línea de la lucha contra el coronavirus en España
no se combate confundiendo a la ciudadanía sobre la verdadera utilidad de las
mascarillas. Y mucho menos quitándole importancia al que se toma el esfuerzo de
evitar contagiar a los demás.
Si hubo ciudadanos que
irresponsablemente acapararon compras masivas ante el pánico, es ese el
comportamiento que hay que desincentivar. En contraposición al egoísmo, está
el ejemplo de los ciudadanos chinos que
están acercándose estos días a los hospitales madrileños a donar sus propias
cajas de mascarillas para ayudar al personal sanitario. También las demandan
desde otras muchas profesiones esenciales, que siguen teniendo que salir de
casa a trabajar en plena cuarentena. Desde policías y basureros, a cajeros de
supermercado y conductores de autobús. Faltan mascarillas para todos ellos. Y
reconocer que faltó planificación para aumentar a tiempo la
producción ante la amenaza de un virus respiratorio habría sido
más útil que minusvalorar su utilidad. Lo que no nos contaron de las
mascarillas era que proteger a los demás puede ser más importante que
protegerse a uno mismo.
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